El precio por pagar de las decisiones urgentes

Cuando sentimos hambre, nuestro cerebro nos pone en alerta para buscar algo de alimento; si dejamos pasar una o dos horas, la alerta aumentará de nivel y nuestro cuerpo comenzará a sentir urgencia. Más tarde, en un modo de desesperación por asegurar la supervivencia, motivará al cuerpo a hacer lo que sea con tal de conseguir alimento, aún cuando éste sea de mala calidad e incluso dañino para la salud a largo plazo. En estado de urgencia, no nos importa si lo que ingerimos nos perjudica a la larga, ya que lo importante es llenar el estómago y tranquilizarnos en el corto plazo.

Cuando las decisiones urgen, normalmente cometemos errores, ya que la desesperación apaga la racionalidad y potencializa la irracionalidad. Si no podemos pensar bien, seguramente no podremos planear, considerar las mejores variables y tomar una decisión ideal.

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